QUINTA DE LOS MOLINOS

El parque de la Quinta de los Molinos es probablemente uno de los parques menos conocidos de Madrid.

Está situado a la altura del número 527 de la calle Alcalá, junto a la salida del metro de la estación de Suanzes.

Historia del parque:

Estos terrenos fueron donados por el donde de Torre Arias al arquitecto César Cort, que era en aquellos momentos profesor de urbanismo en la Escuela de Arquitectos de Madrid y concejal del Ayuntamiento de la capital.

Tras su adquisición, el nuevo propietario amplió la finca al incorporar varios terrenos colindantes, llegando a ocupar la propiedad una superficie de 29 hectáreas. De este modo el arquitecto construyó una finca de recreo y cultivo, imprimiendo a la obra un carácter mediterráneo que reflejaban los orígenes levantinos de su autor. Así se plantaron numerosas especies típicas del paisaje mediterráneo.

El elemento principal de la finca lo constituye el palacete, lugar donde habitaban sus propietarios, y que fue construído en 1925 con un estilo racionalista. El edificio consta de una torre central en la fachada principal que en la actualidad está acompañada por una pradera.

Al mismo tiempo que se construía el palacio, se continuaron las obras de otras edificaciones, como la Casa del Reloj, en la que la familia solía pasar los meses estivales. Es en esta Casa del Reloj donde a partir de 1987 se instaló una Escuela Taller de Jardinería, que ha sido restaurada recientemente.

Tanto la Casa del Reloj como el palacete se ubican en la parte norte de lo que es hoy este parque público. Ambas edificaciones comparten espacio con una rosaleda, estanques de riego a varias alturas y un interesante pozo de ladrillo.

Este material, el ladrillo, es un elemento fundamental de la finca, y está utilizado con gran maestría en numerosos de sus elementos.

El recinto doméstico se rodeaba en aquella época por numerosas plantaciones de frutales y olivos.

Más hacia el sur y en un terreno en pendiente se realizó un pequeño jardín a la inglesa, con su pradera y caminos sinuosos rodeando un lago de unos 2000 metros cuadrados de superficie y de perfiles irregulares. Abundan también otros pequeños estanques como el de las Ranas, (ornamentado con una gruta) y fuentes (la de las Conchas, entre otras), puesto que el terreno es rico en aguas debido a los numerosos manantiales y pozos existentes. Cabe destacar, asimismo, una pista de tenis con suelo de hierba, rodeada por un pequeño graderío y presidida por un vestuario.

En el resto de la superficie, dividida por un camino central y otros dispuestos con cierta ortogonalidad, existe gran abundancia de árboles de sombra (cedros, cipreses, pinos y otras coníferas, almeces, álamos, plátanos, eucaliptos, olmos, etc…), así como arbustos de flor (lilos y lirios, entre otros)

Sin embargo, lo verdaderamente original de este lugar son las plantaciones de olivos y sobre todo unos 6.000 almendros, ordenados al tresbolillo, que constituyen un auténtico espectáculo cuando están en flor a comienzos de la primavera.

Tras la Guerra Civil, César Cort haría unos sobrios cerramientos, en los que resaltan unas sencillas pilastras toscanas, además de la casa de los guardas. Desde 1978, a raíz de la muerte del propietario, la finca caería en un estado de claro abandono. Cuatro años más tarde, sus herederos, a cambio de poder edificar una cuarta parte de su superficie, sobre la que se levantarían algunos bloques de viviendas, cedieron al Ayuntamiento el 75% restante, esto es , unas 21 hectáreas. Sobre ellas se haría este bello parque, para el que en 1989 se pensó, aunque no se ha completado, un plan de rehabilitación encaminado a potenciar tanto el recreo como la productividad con el cultivo de hortalizas, plantas aromáticas, condimentarias y medicinales, sin olvidar, claro está, el de almendros. Simultáneamente se reformarían diversas zonas ajardinadas, tanto de estilo paisajístico como regular. además de la mencionada rosaleda, un laberinto de parras (con manzanos y membrillos dispuestos en espaldera), una pérgola, etc.

Bibliografía: ‘Jardines de Madrid’ (Carmen Ariza y Óscar Masats), editorial Lunwerg

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