El Festival de la Floración (y de los sentidos)
‘El olfato’, obra de Jan Bruhegel el Viejo, Hendrick Van Balen, Frans Franken II (y otros). Museo Nacional del Prado
Unas de las obras que Jan Brueghel el Viejo y Pedro Pablo Rubens produjeron en colaboración son las alegorías de los cinco sentidos: Vista, Oído, Olfato, Tacto y Gusto de la Colección de El Prado..
Las alegorías fueron un género específico flamenco que nació en Amberes en el siglo XVII y que siguieron en boga en el siglo siguiente. Brueghel se inspira en la tradición de los wonderkamers, llamados también cuartos de las maravillas o gabinetes de curiosidades en los que se coleccionaban y exponían objetos exóticos provenientes de todos los rincones del mundo conocido, que aparecieron durante el Renacimiento y constituyeron verdaderas enciclopedias, antecesoras directas de los museos modernos.
Jan Brueghel aporta en estos cuadros perfección y precisión en su pincelada, aprendida de su abuela materna, Maria Bessemers que fue miniaturista. Así queda asegurada la representación del más mínimo detalle y la calidad de las cosas, empleando en muchos casos lupas y pinceles de un solo pelo. Mientras que Rubens ofrece la vitalidad de las figuras.
En “La vista” la obra se convierte en una verdadera pintura de gabinete con una estancia dividida en varios planos. Vemos en el primero una figura desnuda, identificada con Venus, que observa una pintura que le sujeta Cupido. A su alrededor una colección de diferentes objetos artísticos, desde pinturas a esculturas, bustos, tapices y orfebrería. Al fondo, a través de una ventana aparece una arquitectura, concretamente una de las residencias de los archiduques gobernadores de Flandes.
Además, los artistas representan multitud de objetos como joyas, lentes, lámparas, anteojos, lupas, un telescopio (el primer catalejo patentado en 1608), tapices, instrumentos de astronomía y de dibujo, todos en estrecha relación con el sentido de la vista
En nuestro mundo actual la tecnología digital permite que podamos discriminar con mucha más precisión que en cualquier pintura, infinitas formas, perspectivas, colores y detalles. Aplicaciones como Map of life, Bioguide, BV móvil, Arbolap, Pl@ntNet y otras más posibilitan que con una simple foto podamos acceder a una ingente base de datos y elegir la especie vegetal que corresponde con las características del modelo, y de manera inmediata. Lo mismo que ya era posible con el reconocimiento de rasgos físicos, huellas dactilares o rictus faciales que transfieren el estado anímico de la persona.
Dadas las posibilidades que nos ofrece esta tecnología podríamos pensar que el aprendizaje botánico podría hacer innecesario el reconocimiento “de visu” llevado a cabo en la realidad vegetal. ¿Pero es solo visual la actividad necesaria en la botánica? ¿Es solo la estimulación del sentido de la vista mediante el color y la forma lo que se persigue con un paseo botánico o baño verde?
En la alegoría de El oído, los artistas han representado multitud de objetos sonoros, mecánicos unos, como relojes, campanillas, trompas de señales y escopetas, así como la alegoría de la música, representada por una figura femenina, al tiempo que varias partituras legibles ofrecen al espectador una invitación a cantar o tocar alguno de los instrumentos representados. Pero nada se oye, ningún ruido, ninguna música, ninguna voz, a pesar de las mujeres y niños que aparecen cantando. No suena el clave, ni el laúd, ni la vihuela ni la flauta travesera tan admirablemente representadas.
No cabe duda que la actual tecnología podría digitalizar el cuadro de manera que todos y cada uno de los objetos o escenas representadas, mediante un simple toque en la pantalla, nos ofrecerían precisos y nítidos sonidos, timbres y tonos de las voces e instrumentos reflejados. (1)
Ya existen también aplicaciones que, como en el caso de las especies vegetales, pueden reconocer las características de las aves y conducirnos no solo a una información sobre sus hábitats y costumbres, sino darnos ejemplos de sus trinos y cantos. Y viceversa: la escucha de los cantos, como ocurre con las canciones y melodías, nos remite a la especie que lo desarrolla. ¿Bastará con poder oír los sonidos del aire y el canto de los pájaros para saborear con intensidad un baño verde?
En “El gusto”, puede que quedemos sorprendidos por cómo consiguen los artistas que la caza represente el poder económico de la realeza o de la nobleza del duque de Neoburgo Leopoldo Guillermo o que nos admire la forma como ha sido representada las calidad de los materiales de los objetos que se aprecian en el conjunto de la orfebrería, el cristal y la porcelana que aparecen en las repisas.
No obstante, los esfuerzos de los artistas por sugerirnos los sabores mediante la representación de bodegones, tabernas y cocinas sobradamente surtidas, no logran estimular nuestras papilas gustativas. Ni siquiera el banquete de las Bodas de Canaan, ni la milagrosa conversión del agua en vino, ni los múltiples manjares deliciosamente elegidos y admirablemente plasmados en el cuadro provocan nuestra salivación, ni la sensación ácida, dulce, amarga, picante, sabrosa, seca o jugosa que, puede ofrecernos una hoja de menta, el tomillo, la lavanda o los frutos del madroño a los que podemos – y debemos- acceder en nuestros paseos de baños verdes por el Retiro.
La obra “El olfato”, a diferencia de otros sentidos de la serie, tiene lugar en un exterior donde de nuevo vemos una figura desnuda, presumiblemente Venus, acompañada de un amorcillo que le ofrece un ramo. “El artista sitúa a las figuras en un jardín idílico, rodeado de arquitectura secundaria, donde vemos todo tipo de flores, árboles y animales en un ambiente galante, tranquilo y sosegado. Nos muestra un jardín atemporal, en el que lo único importante es el deleite”, dice el comentario.
La pintura preciosista de Jan Brueghel el Viejo permite observar cada detalle con detenimiento; los diferentes colores de las flores, el tratamiento individualizado de cada uno de los conjuntos, como si fueran bodegones aislados, o la ejecución de las hojas de las copas de los árboles, que difumina generando una sensación de luz tamizada.
Pero ahí nada huele, ni los perfumes ni los guantes de ámbar, ni aguileñas, anémonas, azucenas, claveles, lirios, ni el azahar. Tampoco disponemos de aplicaciones que tras recibir una foto o un nombre nos devuelvan por pantalla los aceites esenciales que las plantas emplean para protegerse de algunas enfermedades, ahuyentar depredadores o seducir a insectos, aves o mamíferos para que les ayuden en su polinización. Nos quedaremos sin apreciar el perfume de los frutos como el limón, las cerezas o los higos que Brueghel nos presenta. Y no disfrutaremos del síndrome floral de los jazmines, los lirios, la fritilaria, el jacinto, la malvarrosa o la hierba doncella que presumen de su porte en este cuadro.
¿Y qué podemos decir de “El tacto”? En este caso la escena se desarrolla también en un exterior, una especie de cueva abierta que parece simular la gruta de Vulcano, el dios forjador de las armas de los dioses al que aluden los herreros que trabajan sobre un yunque.
Debo confesar que la primera vez que contemplé el cuadro me sorprendió la gran cantidad de armaduras, lanzas, yelmos, cascos y armas de guerra que están representadas. El combate cuerpo a cuerpo suponía en esa época una ocasión tremenda de contacto, choque, movimiento y brutales impactos que sugieren muy bien tanto la protección del dolor como la imposibilidad de evitarlo en la lucha.
De dolor nos habla también la inclusión del cuadro de la Flagelación de Cristo y una visión del infierno con los salvados y los condenados con influencias del Bosco y Pieter Brueghel el Viejo.
En fuerte contraste, destaca el abrazo cariñoso de Venus y Cupido, pintado por Rubens, una alegoría del amor a través del delicado juego táctil que lo constituye.
Desde luego, no es de ninguno de estos modos de contacto de los que gozamos en nuestros paseos botánicos, ni del sutil roce que una y otra vez provocan nuestros dedos índices o pulgares sobre la pantalla de cristal del ipod o la Tablet al fotografiar cualquier planta.
Un paseo posibilita la marcha, el movimiento de todo el cuerpo, que notará la presión con el suelo al tiempo que recibimos el aire fresco de las sombras o el calor del sol de julio si las hojas no nos protegen. Pasear en los parques significa, a veces, mojarse al atravesar muros de niebla, empaparse con una lluvia de abril, pisar charcos, pisar barro e incluso tropezar o escurrirse sobre las hojas caídas en otoño.
Recorrer un parque ofrece la gratificación o el “castigo” de las verdaderas contingencias, aquellas que, de forma realista, refuerzan nuestro amor por la belleza o pulen los deseos legítimos pero imposibles de fundirnos con la naturaleza.
(1).- Con motivo del Día Internacional de la Música, que se celebra anualmente el 21 de Junio coincidiendo con el solsticio de verano, el Museo Nacional del Prado elaboró un juego interactivo mediante el cual pueden activarse los instrumentos musicales que aparecen en el cuadro de Brueghel y Rubens. La referencia es Resonancias. El Oído