Mujeres que bucean la vegetosfera

Por Elena Huerta Fernández

Siempre que asisto a alguno de los paseos botánicos de Visitarb, me pregunto lo mismo: ¿Por qué asisten más mujeres que hombres a estas actividades?

Cuando te asomas a cualquier Centro de Mayores, observas lo mismo. Las actividades que allí se proponen son numerosísimas: idiomas, historia, ganchillo, arte, pintura, gimnasia, tai-chi, etc., etc. Así hasta más de treinta. La proporción de asistencia femenina es aproximadamente de cinco a uno.  

Al jubilarse, muchas mujeres se esfuerzan por resarcirse de alguna manera de anteriores carencias. Antes, la sociedad no les permitía “perder su tiempo”. Se veían en la obligación de ejercer de trabajadoras, madres y amas de casa; tres profesiones agotadoras cada una de ellas. ¿Dónde podía encontrarse un hueco para los propios intereses, llamémosles los  intereses intrínsecos? No existía tal hueco.

Por eso, cuando una mujer se libera de dos de esas tareas (la de ama de casa persiste) ve cómo su naturaleza se despliega y florece. Por fin puede asomarse a algo simplemente porque le interesa. Durante muchos años, muchas mujeres han carecido de tiempo para crear, para hacer ejercicio físico al aire libre, para hacerse preguntas y aprender las respuestas. Por eso ahora asiste a pintura, de Tai-chi o a clases de Historia del Arte. Por fin pueden dedicar tiempo a actividades como estas. Y por si esto fuera poco, en estos Centros también encuentran relaciones sociales.

En una ocasión le hicieron al filósofo Bertrand Russell la siguiente pregunta: “Si le dieran a escoger entre saber más o ser feliz ¿qué preferiría? Él respondió: “Es extraño, pero preferiría seguir aprendiendo”.

Un paseo en la vegetosfera cumple con uno de los objetivos principales de este elenco de intereses intrínsecos: encontrar respuestas a preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez sobre el mundo vegetal. ¿Cómo se llama ese árbol que me gustó tanto? ¿Cómo reconozco los árboles? ¿Qué diferencia hay entre un cedro y un abeto? ¿Qué árboles hay en Madrid? En segundo término, la actividad supone un paseo al aire libre en los lugares en que este aire puede ser más limpio: los parques. Y, aunque en la gran urbe madrileña nos cuesta bastante  entablar una relación social, durante el paseo tenemos la reconfortante ocasión de hacerlo.

Pero está claro que todo esto no atañe solo a las mujeres. Según el psicólogo Carl Jung, en la psique de hombres y mujeres coexisten un ánimus masculino (que representa la fuerza, la acción)  y un ánima femenina. No vamos a entrar aquí a  valorar cómo pudo influir en el desarrollo de esta teoría el hecho de que Jung era un hombre. Pero sí pudo colarse en esta visión alguna valoración a favor del “ánimus”, digamos, “masculino”, ha habido posteriormente psicólogas junguianas que lo han revertido del todo, potenciando lo femenino. Me refiero sobre todo a la psicóloga, psicoterapeuta y escritora Clarissa Pinkola Estés y al principal de sus libros: “Mujeres que corren con los lobos”, que inspira este artículo.

El “ánima” es la intuición, la naturaleza “Salvaje”, instintiva, innata, fundamental, intrínseca, sabia e inteligente. Vive en el pensamiento consciente. Es conciencia. Y tiene la capacidad de fortalecer o debilitar el sistema inmunológico corporal. Características de la naturaleza “Salvaje” son la adaptación a los cambios, la sensibilidad, la capacidad de respuesta y sobre todo la alegría.

Experimentamos alegría cuando aprendemos cosas nuevas o adquirimos nuevas destrezas; cuando realizamos una actividad creativa  por humilde que pueda parecernos; la experimentamos cuando percibimos y disfrutamos de la belleza allá donde la encontremos; cuando vemos disfrutar a las personas que amamos; cuando nos superamos, cuando afrontamos un reto…

Pero vuelvo con  la pregunta que daba inicio a esta pequeña reflexión. ¿Por qué las mujeres son más participativas, inquietas, curiosas …? Yo añadiría que también están más libres de prejuicios y son más humildes y flexibles. ¿Será que en la psique femenina es el “ánima” el aspecto predominante?

Refiriéndome ya de forma más exclusiva a mujeres, al “ánima” o “Naturaleza Salvaje”, Clarissa Pinkola Estés la ha llamado “La Que Sabe” o “La Mujer Salvaje”. La idea “Mujer Salvaje” hay que entenderla como una mujer que vive una existencia natural, creativa, con integridad y límites saludables.

Los depredadores de la mente. Pero todos sabemos que en la vida diaria la mente o la conciencia tropieza con ladrones o asesinos de la alegría, que es el estado natural instintivo, nuestra naturaleza salvaje.  Hasta la psique más sana puede perder su objetivo a causa de la presencia de un “depredador de la mente”. Un depredador empequeñece la vida en lugar de agrandarla. El depredador de la mente hace perder la fe en sí y en la tarea que estás llevando a cabo.

El “depredador” puede ser muchas cosas: todas aquellas que tratan de alejarnos de aquello que nos proporciona alegría. Puede ser un complejo negativo. O pensamientos negativos crónicos. Una adicción limitante. Otra es posponer para otro momento de nuestra vida lo que deseamos hacer; se pueden dedicar muchos años a no ir, no moverse, no aprender, no descubrir, no convertirse en algo que se desea.

La acción de esta especie de Sombra en las mujeres de nuestra cultura suele girar a menudo en torno a denegarla el permiso para hacer algo  o para llevar una vida creativa (buscar, explorar, escribir, pintar, aprender algo…). Las trampas para limitar la actividad de la mujer o destruir su creatividad son muchas. Pero en ningún caso la mujer debería abandonar su libertad o posponer su fuerza creativa.

El depredador social tratará de obstaculizar la curiosidad y la conciencia de la mujer, y cualquier intento de que esta alcance la plenitud. El mito que representa mejor el arquetipo que intenta impedir la curiosidad y el conocimiento de la mujer es el de Barbazul, ese asesino múltiple de esposas que a la última de ellas le dice: “Me voy de viaje. Aquí tienes las llaves de todas las habitaciones del castillo. Puedes entrar en todas, pero te prohíbo que abras el sótano. Si lo haces, no habrá perdón para ti”.  Claro está que la protagonista no puede resistirse a averiguar la verdad de aquella habitación, poniendo en gravísimo riesgo su vida. Aún conservo el cuento que leí en mis tiempos de niña de los últimos años cincuenta. Copio la moraleja: “La curiosidad, pese a sus atractivos y sorpresas, trae con frecuencia hondos pesares, y de ello se podrían citar numerosos ejemplos. Nos causa un placer muy ligero, que se desvanece tan pronto lo gustamos, y que, casi siempre, nos cuesta muy caro… Es preferible no ser curiosa.”

Para ser sincera, no recuerdo si en aquel tiempo me planteé o no por qué la moraleja del cuento no incorpora ni una sola crítica o condena al asesino de mujeres Barbazul.

Casi todas las depresiones, los profundos tedios y las confusiones de una mujer se deben a una vida del “ánima” limitada, en la que la curiosidad, el conocimiento, los nuevos aprendizajes, la libertad, la innovación, los impulsos y la creación están restringidos. Esto es muy duro para la vitalidad de las mujeres. Pueden seguir viviendo una existencia convencional, pero por dentro se mueren de insatisfacción.

Sin embargo, en su naturaleza esencial las mujeres tienen toda la fuerza que necesitan. La naturaleza instintiva y salvaje es indestructible. Podemos equivocarnos, pero nuestro comportamiento equivocado no mata a la Naturaleza Salvaje, sólo nos agota. El descontento es la puerta que permite acceder a un cambio propiciador.

El descontento a veces se percibe como el ansia de volver a un lugar interior en el que nos sentimos enteras. Ese lugar es un estado de ánimo que nos permite experimentar asombro, valoración, paz, liberación de las preocupaciones, de las exigencias externas, de los constantes parloteos de la mente.

La libertad hay que reconquistarla día a día. Hay que luchar contra cualquier depredador. Para lo cual es necesario tener un instinto bien desarrollado. Si lo hemos perdido, lo podemos recuperar mediante un decidido esfuerzo psíquico.

La cura es escuchar la intuición, la voz interior, potenciar la curiosidad, ver lo que hay que ver, plantearse preguntas, actuar de acuerdo con lo que se desea, y con lo que se sabe que es verdad. La intuición percibe el camino que hay que seguir, capta los motivos y la intención subyacente. La unión con la propia intuición fomenta una serena confianza en una misma. Hay que prestarle atención, alimentarla y ejercitarla para que no se atrofie.

Nada ni nadie ha de reprimir nuestra energía (opiniones, ideas, valores, moralidad, ideales). A los complejos negativos internos se les priva de su fuerza cuando se les describe o se habla de ellos. Un aspecto negativo de la psique puede quedar reducido a cenizas por el simple hecho de estudiarlo con detenimiento. El antídoto para los complejos es la conciencia de los propios límites, de las debilidades, de las carencias, pero también de nuestras cualidades, fortalezas y posibilidades.

Hay que observar si nuestra vida salvaje transcurre con regularidad. Revisar y aclarar las ideas. Limpiar las estructuras de la psique para arrancar las malas hierbas. Recordarnos una y otra vez la verdadera tarea que hemos elegido.

Hay que saber que vivir implica tener miedo; que aquello que una teme es capaz de fortalecer y sanar. Quisiéramos estar en contacto solo con lo bueno, lo verdadero y lo bello, pero tenemos que enfrentarnos diariamente con lo feo, lo malo y lo falso. No debemos asustarnos ante la entropía o el deterioro físico. En los momentos difíciles nos preocupa que no podamos volver a ser felices. Pero ¿acaso hemos sido siempre absolutamente felices?

Podemos prescindir de muchas cosas, pero no de lo que nos da alegría. Para conservarla tendremos que luchar por ella. Nuestro instinto nos ayudará a reconocer los excesos, las adicciones. Son como los zapatos rojos del cuento de Andersen. En lugar de bailar sin control hasta que la vida se convierta en una tortura absurda, como le ocurre a la niña del cuento, establezcamos unos límites que protejan nuestra salud y bienestar: dar nuestros paseos,  ir al Museo, leer lo que nos emociona, hacer lo que nos proporciona satisfacción.

Abandonar una adicción a la autodestrucción produce dolor. Sabemos cuándo hay motivo de preocupación porque el equilibrio ensancha nuestra vida, mientras que el desequilibrio la empequeñece. El instinto nos induce a cambiar nuestra vida, a rechazar algo, a colaborar en el equilibrio del mundo, a intentar cambiar lo que nos rodea. El hecho de comportarse de una manera integral se aprende y se convierte en automática. Ayuda mucho rodearse de personas que te apoyen.

Cuando la vida creativa se estanque, cuando nos cansemos, cuando perdamos la concentración o la fuerza psicológica para seguir adelante, tanto en los pequeños detalles como en los vendavales que de vez en cuando se desatan en la  vida de cada uno, hay que sentarse y acunar. La paz y la paciencia renuevan las ideas.

La actividad de bucear en la vegetosfera es en sí terapéutica. Los árboles y otras plantas tienen mucho que decirnos. Un parque  es un lugar en el que se puede encontrar esa paz y esa concentración para asomarse a una misma. Su luz, sus colores, sus olores nos despiertan del sueño de no ser nosotras mismas y nos conectan a esa  fuerza salvaje que podemos obtener de lo natural.

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1. Elena Huerta Fernández es psicóloga,  autora de diversas publicaciones sobre los problemas de aprendizaje en los niños y de las obras “Arboles y mitos” y “De las plantas y las leyendas de la Grecia Antigua”

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