Inteligencia vegetal: De cómo los árboles hablan unos con otros en un bosque sano

De cómo los árboles hablan unos con otros en un bosque sano

 Traducido y adaptado por Guillermo Matamala a partir de la conferencia en inglés ‘Nature’s internet: how trees talk to each other in a healthy forest’, por Suzanne Simard (1)

 Los Salish (2) de la costa dicen: “Somos uno”. Durante miles de años vivieron con esa creencia. Pero no les prestamos ninguna atención.

 La mayoría de nosotros hemos olvidado que estamos conectados unos con otros y a su vez con la naturaleza, que somos un único superorganismo. La naturaleza no es algo separado, sino una parte íntima de nosotros. Y lo que hacemos en esta tierra se propaga como una onda a través de nuestros ecosistemas, nuestra red de conexiones. Ahora, los signos ya son innegables: Cambio climático, extinción de especies, sufrimiento humano. Hemos olvidado.

 A través de sus creencias, las personas están conectadas con el espíritu de los bosques, océanos, ríos, osos y salmones. Pero las creeencias de los Salish de la costa fueron ignoradas. En realidad, todo puede reducirse al hecho de confiar y respetar las relaciones que conforman la complejidad de la naturaleza. Pero hemos afirmado que ese planteamiento es ‘poco científico’. La ciencia occidental requiere medidas exactas, prueba visible, estadística. Pero no nos equivoquemos, las Salish de la costa eran profundamente científicos.  De otro modo, ¿cómo podrían haber prosperado durante más de 10.000 años como pueblo?. En el fondo, eran más científicos que nosotros.

En nuestro caso querer asomarnos a mayor profundidad habría obstaculizado nuestro progreso. “Hay árboles en los bosques, nuestros edificios necesitan madera, nuestros impresores necesitan papel. Tenemos que cortar los bosques y plantar de nuevo esos árboles”.

Ahora, ¿cómo encajo yo en todo esto? Bueno, vengo de una familia de leñadores. Mientras mi familia estaba en las laderas de las montañas talando árboles, uno por aquí, otro por allí, yo jugaba en el bosque de al lado, en esos lugares que son visibles e invisibles, en los árboles y los troncos y el manto que los cubre. Creía que las hadas vivían allí, y que su trabajo consistía en proteger el bosque, al igual que mi trabajo. Pero las hadas no pudieron salvar ese bosque, y yo tampoco pude hacerlo. En realidad, nadie podía, ya que el propietario tuvo que cortarlo para alimentar a su familia. Y ese momento me cambió para siempre. En realidad, me motivó. Fui a la escuela para estudiar silvicultura. Quería entender el misterio de por qué los bosques tenían tanto poder sobre mí. Quería salvar los bosques.

Irónicamente, sin embargo, el primer trabajo que conseguí al salir de la escuela forestal consistía en marcar árboles viejos para la tala, para luego volver a plantar los claros con abetos y pinos de rápido crecimiento. Me encargaba también de eliminar las especies no deseadas – los alisos, los abedules, los álamos. ¿Y sabéis por qué?. Porque los considerábamos competidores interfiriendo con nuestros beneficios. Se me daba muy bien eso de crear estupendos monocultivos. Pero ya sabéis, las preguntas se me seguían acumulando. ¿Por qué se propagaban tan fácilmente las enfermedades a través de estas plantaciones? ¿Por qué al cortar los abedules los abetos caían enfermos? También me preocupaba cada vez más la creciente tasa de tala. Recordaba haber aprendido en la escuela que en la Columbia Británica, hace aproximadamente un siglo, desarrollaron este plan de tala para eliminar todos los viejos árboles de crecimiento en el bosque de explotación. Ya lo sabía desde el colegio. Pero me llevó mucho tiempo darme cuenta de la tala no se iba a detener. Tampoco iba a parar la actitud de convertir estos bosques antiguos en magníficas y rentables plantaciones ordenadas. Me parecía que había algo más en el bosque de lo que se ve a simple vista. Así que regresé a la universidad y me empezó a fascinar el subsuelo.

Quería entender el misterio de por qué estos bosques antiguos eran tan potentes. Leí un estudio del Reino Unido, en el que examinaban plántulas crecidas en el laboratorio y que habían sido colonizadas por un tipo de hongo, llamado micorriza. El hongo conecta las plantas de semillero formando una red, y se transmite carbono de una plántula a la siguiente. Un micorriza es, literalmente, un hongo-raíz. En esta asociación simbiótica el hongo crece a través del suelo recogiendo los nutrientes y el agua, para llevarlos de vuelta a la planta, y de ese modo ‘comerciar’ con el vegetal a cambio de carbono fotosintético. Es una relación simbiótica mutualista recíproca. Y lo más fascinante para mí, era que estos hongos podrían conectar las plantas por debajo del suelo. Pensé de nuevo en mis bosques de abetos, y me pregunté: ¿Podrían los hongos que colonizan el abedul a su vez conectar con el abeto y protegerlo? De manera que hice algunas investigaciones para averiguarlo.

Mi primera pregunta vino a toparse de nuevo con esa cosa de la fe. A pesar de que no pudiéramos verlo, ¿No podrían estos hongos micorrícicos conectar los árboles en el subsuelo?. Pues bien, resulta que pueden hacerlo en los bosques reales. Con el uso de microsatélites de ADN, descubrimos esta red en un antiguo bosque de abetos de Douglas. Trazamos una imágen del bosque donde círculos representaban a los abetos, siendo los más grandes y oscuros los más viejos. Aparecían pequeños círculos de luz en el medio, correspondientes a las plántulas que crecían en el sotobosque. Se vislumbraban líneas conectando los círculos, esas son las autopistas de interconexión de hongos micorrícicos. Los círculos más grandes y oscuros eran los árboles más antiguos, a su vez los más altamente conectados. Llamamos a estos “árboles centralita”. Más tarde, con mayor cariño, comenzamos a llamarlos ‘árboles madre.’ Porque resulta que los árboles madre alimentan a las jóvenes plántulas en el sotobosque. El mapa que elaboramos sólo analizaba dos de las cien especies distintas de hongos en el bosque. ¿Os imagináis si hubiéramos sido capaces de trazar todas las relaciones entre las cien especies?

¿Y qué podría estar fluyendo a través de esta intrincada red? Pues resulta que las mismas cosas que las plantas necesitan para sobrevivir y crecer. Cosas como el carbono, los nutrientes y el agua. Así que usamos isótopos de carbono para marcar las plantas, y fuimos capaces de ver el carbono transmitirse de ida y vuelta a través de esta red, como la transmisión de mensajes a través de Internet. Cuando alguna de plántulas está bajo estrés, o si está raquítica, o está demasiado a la sombra, o pobre en nutrientes, o senescente, las plantas adyacentes envían más carbono. Nos dimos cuenta de que seguían un patrón que se llama gradiente de fuente-sumidero: Desde de un joven y robusto abedul ‘fuente’, en el claro del bosque, hasta una planta sumidero necesitada como un retoño de abeto abrumado bajo el sotobosque. Todo ocurría sin dañar las plantas fuente de origen.

La siguiente cosa que quisimos saber era que si este mecanismo ocurría, ¿Qué función tenía en los bosques reales? Pues bien, resulta que si una de las plantas de abeto Douglas en el bosque cae en la sombra, el abedul enviará un diez por ciento de su carbono (una cantidad muy considerable), suficiente para que el abeto pueda producir semillas.

Todavía no conocemos con precisión qué significado tienen esas cantidades, pero sí sabemos que esta transferencia aumenta su supervivencia y crecimiento, así como la salud de las plantas que crecen en el sotobosque.

Publiqué este trabajo en algunas revistas bastante buenas. El artículo en Nature en particular tocó una fibra sensible, y mucha gente se entusiasmó. Desde entonces ha habido un montón de nuevas investigaciones en todo el mundo inspiradas en este documento. Pero también hubo críticos que trataron de desacreditar mi trabajo. Proliferaron escritos, charlas, comunicados de prensa militando en su contra. De vuelta en casa me encontré una carta de ética profesional. Mi trabajo fue llamado “el desayuno de un perro.”

Ya sabéis que este tipo de intimidación en realidad no es infrecuente en la ciencia de frontera, sobre todo si se desafía el status quo. Saber ésto no me detuvo. Yo sabía que mi ciencia era sólida y rigurosa, y que algún día podría cambiar la manera de ver nuestro medio.

Así que, realmente motivada, regresé a mi pregunta original, que no había sido respondida aún. ¿Podrían estos entramados, estas redes, servir como algo más que las vías de intercambio de carbono y nutrientes y agua. Podría un árbol que está bajo estrés, enfermo, realmente beneficiarse de la salud de sus vecinos? ¿Abedul podría estar ayudando a Abeto? Hice algunos experimentos más, y resulta que sí que ocurre. Cuando el abeto de Douglas está bajo estrés o enfermedad, envía señales de advertencia a sus vecinos, y los vecinos responden aumentando la producción de sus enzimas de defensa, haciéndose todos más resistentes a las enfermedades.

Y si resulta que  ese vecino es un abedul, el abeto se beneficia de las bacterias productoras de antibióticos que se asocian con esta red compartida. Es como un sistema de inmunización pública.

Y me preguntaba, ¿podría haber otras señales en movimiento que no fueran sólo defensa? Pues bien, resulta que los árboles en realidad puede reconocerse, y transmitir mensajes a sus parientes. Un árbol madre puede reconocer si las plántulas a su alrededor son de su barrio, si son sus parientes o forasteros. Envía más carbono a los parientes de las plántulas extrañas. Y si el árbol madre resulta dañado, enviará incluso más carbono a sus plántulas parientes. Es como si transmitiera su energía, su legado, a la siguiente generación.

Ahora, cuando miro todo esto en conjunto, es como si estos árboles estuvieran compartiendo sus secretos más profundos. Es un gran avance. Es muy emocionante. Como sabéis, por aquel entonces se escribieron muchos artículos al respecto. Ciencia popular, documentales…, la idea se estaba propagando, y yo estaba entusiasmada. Pero contraje un cáncer. Y eso fue un mazazo horrible. Pero ¿sabéis?, lo hermoso de aquello es que volví a conectar con los míos. Mi gente, mi familia, me cuidaron. Me sostuvieron. Me ayudaron a subir las escaleras. Me hacían la comida. Se encargaban de mis hijos. Ellos me salvaron. En el hospital hice aún más conexiones, conexiones fuertes, con otras mujeres que luchaban contra el cáncer de mama. Estábamos realmente asustadas, y llorábamos. Pero también nos reíamos. Todavía lo hacemos todos los días. Nos hemos unido tanto que somos un tapiz, un tejido apretado. Cuando una de nosotras tropieza o se dobla, las demás están ahí para recogerla. Lo que he aprendido a través de todo esto, es lo que mis bosques han estado tratando de decirme todo lo largo del tiempo – que estas conexiones son cruciales para nuestro bienestar. No son fáciles de ver, pero que son reales. ¿Y sabéis qué? Soy la prueba viviente. Y estoy muy agradecida. Gracias. Ahora que estoy fuerte y sana de nuevo, he vuelto a mi ciencia, y estoy haciendo otras preguntas.

La primera, y la más importante para mí es lo que nuestros descubrimientos pueden decirnos acerca de cómo lidiar con nuestra mayor amenaza, el Cambio Climático. El cambio climático no es ninguna broma. De hecho, no podemos engañarnos a nosotros mismos, no hay ingeniería de lujo que vaya a sacarnos de este lío. Lo que mis descubrimientos me han demostrado es que la respuesta, la solución, radica en nuestra relación con la naturaleza. En esta ocasión me dirigí a los aborígenes canadienses.

Estoy haciendo una investigación con estos pueblos que son, como es sabido, dependientes del salmón. Tienen una larga trayectoria en el manejo de los salmones que son su medio de vida y su sustento. En el otoño, cuando el salmón desova en los ríos, los osos y lobos acuden al cauce  para alimentarse de los salmones en desove. De ese modo transportan al salmón hacia las profundidades del bosque.

Así, bajo el dosel de enormes y viejos árboles madre, osos, lobos y otros mamíferos se alimentan de los salmones. Para el otoño, los deshechos ya se han filtrado en el suelo. Pensamos que las grandes redes de micorrizas de los árboles madre se empapan con esta ‘lluvia’ de nitrógeno. Los científicos han descubierto trazas de nitrógeno proveniente del salmón en los anillos de los árboles, almacenado allí durante siglos. Este verano volveremos a estos bosques para trazar el camino del nitrógeno que , así lo creemos, se mueve de árboles madre a sus vecinos, de árbol en árbol en árbol, dentro del bosque. Creemos que esto está vinculado a la salud del bosque, que por supuesto está ligada a la salud de los ríos, que por supuesto están relacionados con el salmón y la salud de sus poblaciones, que por supuesto, se envía de vuelta a los océanos, y vuelve a nosotros, las personas.

Este ciclo de la vida, lo que nuestros antepasados ​​aborígenes han llamado ‘reciprocidad’ es el intercambio de respeto mutuo. Y esto que os he contado es un muy buen ejemplo de lo que los científicos están llamando ‘sistemas adaptativos complejos.’ Ahora vemos cómo los bosques se basan en este tipo de relaciones. En un bosque sano, todo está conectado y se comunica. Las especies son como los nodos de esta red, en una constante relación los unos con los otros. Es a partir de estas interacciones cuando aflora lo que los científicos llaman ‘Comportamientos adaptativos complejos,’ o ‘propiedades de sistema a alto nivel’. Cosas como la resislencia y la salud, el ciclo de aire y agua limpios.

Pero ya sabéis, en la sociedad moderna, nos vemos a nosotros mismos al margen de todo esto, ungidos de alguna manera, superiores. Como mucho lo damos por hecho. Pero lo cierto es, cuando retiramos las piezas clave, como los osos pardos, y destrozamos las poblaciones de salmón, estos sistemas se degradan rápidamente en lo que llamamos ‘estados estables malignos.’ Este no es el lugar donde queremos ir. Los ‘estados estables malignos’ son impredecibles y contradictorios.

Cuando tratamos de solucionar un problema aquí, otros emergen por allí. Tal y como están yendo las cosas, en este momento, con nuestros bosques muriendo por el cambio climático, lo que redunda en más cambio climático. Va muy rápido. Pero he aquí la bella idea: Precisamente porque son sistemas adaptativos complejos preparados para el cambio, podemos cambiar esta trayectoria negativa a positivo. Y eso vamos a hacer. En primer lugar, tenemos que volver a imaginarnos a nosotros mismos como parte de esta red. Imaginaos escuchando a todas las otras criaturas. Podemos dar unos golpecitos en el suelo e incorporarnos a la conversación de estas redes. Si hubiéramos hecho esto antes, nunca hubiéramos eliminado al abedul de los bosques, talado los bosques de abetos, porque habríamos sabido que eso socava la capacidad de recuperación del bosque. Pero aún seguimos haciéndolo. Aún así estoy muy esperanzada, porque sé que una vez que nos conectemos con este sistema adaptativo complejo, asumiendo nuestro papel en él, cambiaremos nuestro pensamiento, y con ello nuestro comportamiento. Podemos llegar a ser parte de este gran sistema. Recordad que cuando el abedul envía nutrientes al abeto, y éste a su vez se los devuelve, es algo que demuestra que en los ecosistemas no hay intolerancia, sólo hay reciprocidad, sólo el respeto mutuo. Al igual que en mi red de apoyo cáncer. Eso es lo que practicamos.

Así que finalmente, en tercer lugar, cuando entendemos que somos profundamente parte de la naturaleza, una parte real, no separada, podemos incorporar nuestro poder a ese gran esfuerzo, esa trayectoria positiva. Tenemos que dejar de tratar a la naturaleza como nuestro centro comercial, y una vez que lo hagamos, cambiaremos el futuro. Una vez pensé que las hadas entrelazaban y protegían al bosque, y ahora con mi ciencia, sé que no estaba tan alejada.

El uso de la ciencia ha demostrado la existencia de esas conexiones invisibles, tal y como nos decían desde la Costa Salish durante tanto tiempo. Ellos demostraron, la ciencia ha demostrado, que todo está conectado y comunicado, con respeto y reciprocidad. De aquí proviene el equilibrio en nuestras comunidades y ecosistemas. Se basa en principios como el parentesco, el respeto de los ancianos, y esto da lugar a la complejidad y capacidad de adaptación. A partir de todo esto obtenemos la capacidad de recuperación. La resiliencia para hacer frente a cosas como el cambio climático. Por lo tanto, os quiero dejar con un último mensaje esperanzador. Sé, y me baso en mi experiencia, y en mi ciencia, que vosotros también sois dueños de ésto, que somos uno.

Muchas gracias.

https://www.youtube.com/watch?v=breDQqrkikM&t=147s

(1)- Suzanne Simard estudia la sorprendente y delicada complejidad de la naturaleza. Su enfoque principal está en las redes fúngicas subterráneas que conectan los árboles y facilitan la comunicación y la interacción entre árboles interterráneos. El análisis de su equipo reveló que las redes de hongos desplazan el agua, el carbono y los nutrientes, como el nitrógeno, entre y entre los árboles, así como entre especies. La investigación ha demostrado que estas complejas redes simbióticas en nuestros bosques -en el centro de lo que llaman los “árboles madre” – imitan nuestras propias redes neuronales y sociales. Este trabajo innovador sobre la comunicación simbiótica de la planta tiene implicaciones de gran alcance en las industrias forestales y agrícolas, en particular en relación con la administración sostenible de los bosques y la resistencia de la planta a patógenos. Trabaja principalmente en bosques, pero también en pastizales, humedales, tundra y ecosistemas alpinos.

(2)- Las Tribus Confederadas de la Nación Salish y Kootenai, que actualmente viven en la Reserva Flathead son tres tribus indias: los bitterroot salish, los kootenai y los pend oreille. Sus antiguos territorios se ubicaban entre la cordillera de las Cascadas y las Montañas Rocosas.

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