El duende del Retiro
Felipe V era profundamente ciclotímico, de vez en cuando se mordía la mano o el brazo para comprobarse aún vivo.
Estaba empeñado en que en las frondosidades del Retiro habitaba un duende que cambiaba las cosas de lugar. De repente una florecilla aparecía entre la hiedra umbrosa y donde había antes una madreselva ya solo quedaban rastrojos.
Ya por entonces la gente se cuidaba de discernir entre un «Trasto» o «Trasgo» que era un duende travieso con hábito de monje, frente a un «Malismo» o su acepción anglosajona «Troll», de aspecto más bien narigudo y mocoso.
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