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Baños verdes y curiosidad, un camino entre el juego y la ciencia

Baños verdes y curiosidad, un camino entre  el juego y la ciencia

Antonio Matamala. Psicólogo y educador

Estamos motivados por una necesidad más fuerte que el hambre:

En mi época de estudiante de psicología algo  me sorprendió: junto al hambre, la sed y el impulso sexual, aparecía “la curiosidad”  como necesidad humana fundamental.

Para ilustrarlo,  se citaba un estudio realizado con monitos a los que se les privaba de estimulación  encerrándoles en una cámara oscura (1). El único contacto con el exterior era un pequeño agujero practicado en la puerta.  Los investigadores se percataron de que los animales dejaban de comer e incluso de atender otras satisfacciones fisiológicas con tal de permanecer pegados al agujero para observar qué pasaba fuera de aquel lugar negro donde se encontraban.

He contado muchas veces el resultado de este experimento  a mis alumnos que estiraban el cuello para ver lo que pasaba en el patio de recreo, sin ni siquiera pedirles  disculpas por compararles con sufridos animales de laboratorio.

“La curiosidad es el  ingrediente primario de la emoción, el que activa a su vez la atención y con ello la maquinaria cerebral del aprendizaje y la memoria”. dice  el fisiólogo Francisco Mora (2).

Ir más allá de lo obvio, explorar,  jugar y disfrutar aprendiendo

La curiosidad mueve la conducta del niño, el adulto  o el anciano, utilizando los códigos que tiene el cerebro construidos y heredados desde hace  millones de años. Puede decirse que la curiosidad (el deseo de ver, conocer, saber) es el motor del conocimiento en cualquier edad. Motor que cambia nuestra perspectiva al mirar las plantas, y que nos hace caer en la cuenta de que podemos trascender su familiaridad y percatarnos de que su realidad y encanto consisten precisamente en su omnipresencia, su ubicuidad, su impenetrabilidad y misterio (3).

El mundo percibido  no se está quieto; y si  permanece demasiado tiempo parado nos aburre. Pero podemos construirnos una “diversión” haciendo algo sobre él, sea esto encerrar a una hormiga o enrabietar a un compañero gastándole una” broma”  que pueda provocar un resultado interesante, aunque represente un auténtico acoso.

Los psicólogos conciben la curiosidad como una energía, un estado motivacional persistente que lleva al comportamiento exploratorio  que se encuentra presente con mayor intensidad en unos individuos que en otros (4). Es la satisfacción de este impulso de exploración y búsqueda del conocimiento de lo nuevo,  de la complejidad, de la incongruencia y la sorpresa lo que produce un placer tan intenso que a muchos, tanto niños como adultos, les es muy difícil dejar de satisfacerlo.

La exploración a la que nos conduce la curiosidad  puede seguir las reglas abiertas del juego o las más  organizadas  de  la experimentación científica. Pero en cualquier caso se trata de hacer algo  y ver qué pasa, bien porque queremos confirmar una hipótesis o porque deseamos obtener cualquier  respuesta, sin preguntas concretas.

Respetando  los espacios

Me pregunto a veces si el hecho de la inmovilidad de las plantas puede limitar nuestra posibilidad de ser curiosos. Efectivamente, “la planta no atraviesa el espacio como el pájaro o el leopardo, no es una montaña en movimiento como el elefante….no viene a nosotros….Simplemente está ahí, es testigo, nos sugiere, nos propone, nos ofrece pacientemente …(3)  Nuestros paseos por los parques nos enseñan que no necesitamos trepar por las ramas de los árboles  hasta sus copas para permanecer allí disfrutando de su fuerza y altura, ni arrancar cortezas, hojas o frutos para llevárnoslos como recuerdo. Aceptamos que para nuestra exploración no es imprescindible la interacción física, ni siquiera la caricia de abrazar al árbol. Nos basta con la contemplación,  aspirar sus aromas y transmitir a las plantas un profundo agradecimiento a través de nuestro diálogo mental.

Pero sin renunciar a conocer a pesar de ancestrales represiones

En numerosas ocasiones nuestra sociedad castiga la curiosidad, como en los casos  de la prohibición de curiosear el árbol de la ciencia del bien y del mal, mirar para atrás al dejar Sodoma,  abrir a caja de Pandora, etc.

Con demasiada frecuencia la curiosidad  ha sido reprimida por modos de pensar limitantes,  como son el dogma, el temor,  el prejuicio, la imposición de  quien tiene vergüenza de su ignorancia, la verdad “revelada”,  la devaluación de la verdad mediante la frivolidad, etc. Pero sobre todo la curiosidad ha sido ahogada deliberadamente mediante  la ignorancia impuesta por quien detenta más poder.

En el caso de la botánica  muchos de los “secretos” de las plantas, especialmente los referidos a efectos medicinales  y psicotrópicos fueron celosamente guardados por expertos, ya fueran brujas, druidas o botánicos científicos que evitaban a toda costa la curiosidad de los legos.  En este momento, son las Corporaciones industriales las encargadas de seguir ocultando ciertos conocimientos botánicos y de llamar “espionaje” a la curiosidad sobre determinados principios activos de los vegetales.

Necesitamos  alimentos conceptuales que satisfagan nuestras preguntas, pero no todos los lugares son buenos comederos

Si la curiosidad es el motor del saber ¿Qué puede ocurrirnos si no la alimentamos? (5)  La curiosidad utiliza también la pregunta para expresarse. Si queremos saber debemos preguntar y buscar respuestas.

La curiosidad de los niños y las niñas  es proverbial y divierte tanto al adulto con sus ocurrencias y deducciones, que la mayoría de los trabajos sobre este tema  tienen a la infancia como objeto y ofrecen a los padres recomendaciones para que no la frenen en sus hijos.

Los colegios responden poco  o mal a las preguntas genuinas y verdaderamente significativas que las niñas y los niños se hacen. En los centros educativos  muy ideologizados y autoritarios, la mayoría de las preguntas que los profesores formulan a sus alumnos consisten en obligarles a contestar una respuesta correcta que ya se espera, una palabra o frase decidida por el profesor y que habrá que adivinar.

Aprender a hacerse preguntas cuya respuesta hay que memorizar no es la mejor forma de conseguir una idea realista del mundo, pero sí nos acostumbra a no preguntar nada sobre él. Esta actitud didáctica es todo lo contrario a un diálogo en el que las preguntas  exigen respuestas que permitan al alumno elaborar concepciones personales, tomar conciencia de la existencia de contradicciones, confrontar opiniones diferentes e incitarle a su particular búsqueda intelectual.

Los paseos botánicos ofrecen excelentes primeros y segundos platos, postres exquisitos y una bebida refrescante de conocimientos.

La enseñanza activa, dialogante o por descubrimiento,  da mucha importancia a las preguntas que los alumnos/as deben realizarse  sí mismos.  En primer lugar porque son el motor del saber y porque también  reflejan el nivel de conocimientos previos desde el que se hacen, permitiendo a quien  responde adaptar su respuesta. Por ejemplo, escuchemos estas dos preguntas: “¿El bulto que tiene ese árbol en el tronco es porque  va a tener un niño?” y esta otra; “ Dado que la Dioncea es sensible a las acciones exteriores, ¿podría decirse que es un animal porque siente?”  Seguro que  el guía que nos conduce por el paseo botánico  no necesita más pistas para saber cuál de ellas corresponde al papá o al niño y qué debe hacer para adecuar la respuesta al nivel de comprensión de cada uno de ellos.

La curiosidad se despierta cuando se confrontan determinadas concepciones porque surge una paradoja, es decir, aparece una situación que se contradice con el “sentido común”, que está en desacuerdo con la representación, los conocimientos o las explicaciones que antes nos dábamos. Estas sorpresas suscitan desequilibrios que animan  a que el nuevo estado cognitivo busque nuevas soluciones.

Enfrentarse a la intriga, a la respuesta desconocida, a la apertura intelectual, exige ser valiente y superar el miedo a la libertad del que nos habla Eric From (6).  Es más cómodo permanecer atado a la “seguridad”, algo parecido a lo que Orhan Pamuk pone en boca de uno de sus personajes : “Se ha convertido en un hombre como los demás ¡ya no quiere saber lo que no sepa de antemano”  (7)

El saber no nos debe impedir que sigamos  preguntándonos sobre la inacabable naturaleza  

El saber también puede bloquear la curiosidad.   Algunos investigadores fueron prisioneros de sus ideas, pues la claridad de las teorías o explicaciones a las que habían llegado  les impedía plantearse nuevas preguntas, igual que un niño puede encontrarse satisfecho con saber que “los niños están en los vientres de las mamás”, sin  preguntarse cómo han llegado y cómo viven allí, si duermen y comen, y, si comen, ¿cómo lo hacen?,

A veces nos conformamos con bajos niveles de conocimiento porque nos da pereza ampliarlos.  Ni siquiera nos molestamos en utilizar internet y preferimos  dejar la curiosidad en manos de los periodistas para que sean ellos quienes se hagan las preguntas y nos las den contestadas.

Personalmente agradezco mucho que en los paseos botánicos/baños verdes a los que  tengo la suerte de poder asistir, el guía sea capaz de presentarme informaciones discrepantes,  explicar mil “curiosidades” y formular problemas no resueltos para los que interpela a mi propia  deducción y respuesta.

La curiosidad, como las ganas de comer, se renueva cada día y puede ser incrementada con infinitos estímulos.

La curiosidad no solo es un “estado” que nos motiva en algunos momentos, sino también un “rasgo” más permanente de nuestra personalidad, por lo que debemos admitir una gran variabilidad de forma de ser  y de sentirnos curiosos. Puede que prefiramos considerarnos “curiosos perceptivos”, pero no “curiosos cognitivos” y que por tanto sí disfrutemos de nuestra curiosidad sensorial, pero no tanto del conocimiento epistémico.

Nuestra curiosidad  podría ser más “específica” y  “profunda”  mientras que otras personas poseerían una “curiosidad diversa” y “amplia” y su necesidad sea la de buscar el contacto con numerosas experiencias…

Además, las personas experimentamos dos fuerzas que tienden a actuar juntas: curiosidad y ansiedad, por lo que una persona curiosa con altos índices de ansiedad tenderá más a explorar diversos estímulos, mientras que una con baja ansiedad explorará más detenidamente los estímulos.

La vegetosfera constituye el más rico filón de estímulos sensoriales y cognitivos con los que satisfacer nuestra curiosidad.

Los baños verdes  son  una oportunidad para organizar la atención,  observar la novedad, y ampliar nuestra capacidad de sorpresa y admiración por la realidad vegetal que nos envuelve. En ellos se nos ocurrirán infinidad de preguntas  que nos invitarán a indagar de manera más detenida. El saber así adquirido aumentará nuestra curiosidad y el deseo de asomarnos a “los secretos de las plantas”, a su “ vida privada”, a lo  “sagrado”, “mágico” e “insólito” de su” inteligencia”, tal como desean que lo hagamos los actuales entusiastas de la botánica que con sus inestimables investigaciones y relatos ponen en marcha nuestro personal ciclo de curiosidad, juego y disfrute de la ciencia.  

 

  1. James Whittaker –  Psicologia.- Primera edición 1968  
  2. Francisco Mora Catedrático de Fisiología Humana,  Universidad de Iowa.
  3. Francis Hallé.- Elogio de la planta, por una nueva Biología
  4. Jenny Viviana Román González. La curiosidad en el desarrollo cognitivo: análisis teórico. Folios de Humanidades y pedagogía
  5. André Gerard de Vecchi
  6. Eric From.- El miedo a la libertad.- Paidos
  7. Orhan Pamuk , El Castillo Blanco.- Edit. George Braziller

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