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Visitarb Madrid. Una iniciativa para aprender sobre la vegetosfera

Del maíz, frijoles, papas y cactus divinos

Un recorrido por la etnobotánica del Nuevo Mundo en el siglo XVI.

Esta conferencia se incluye en el ciclo de Cultura Vegetal organizado por Visitarb y en concreto en el correspondiente a la celebración del quinto centenario de la primera circunnavegación a la tierra. Constituye la tercera de la serie iniciada con “El poder de las especias. La primera vuelta al mundo de Magallanes y El Cano” a la que siguió “Plantas, mujeres sabias y caza de brujas en los tiempos de Magallanes”.

Citando a José María López Piñero: “La asimilación del “nuevo mundo” vegetal americano fue un proceso que condujo a profundos cambios en la sociedad y la cultura europeas. Variaron los alimentos y los medicamentos, las drogas y los venenos, los jardines y el paisaje, las maderas, los colorantes, los disolventes y otros muchos materiales de aplicación práctica. Las nuevas plantas pasaron a primer plano de la actividad económica y política, al mismo tiempo que iban incorporándose a la ciencia, el arte y la literatura, las creencias y prácticas religiosas, la magia y las supersticiones”.

Queremos rendir un homenaje a las gentes que en su día sufrieron la cara más amarga de la vorágine “descubridora”. Con una generosidad nunca reconocida, sin recibir nada a cambio excepto la explotación de su trabajo y recursos naturales, los habitantes del Nuevo Mundo nos legaron su inabarcable patrimonio alimenticio y conocimientos agrícolas. Esta ‘donación’ de conocimiento obraría un verdadero ‘milagro’ en la salvación de Europa frente a las hambrunas que la asolarían en siglos posteriores.

A través de la iniciativa española, los europeos descubrimos en lo que llamamos Nuevo Mundo la profunda interacción de los grupos humanos con plantas hasta entonces desconocidas. Los “conquistadores” a quienes se subcontrató, tras una primera sorpresa derivada de su ignorancia e incomprensión, fueron por lo general arrogantes, despreciativos y destructores de los logros culturales con que se encontraban. En la mayoría de los casos sin más excusa que la de cumplir las órdenes que recibían del regente de turno, cuando no siguiendo las instrucciones de alguien todavía mucho más Alto.

Nos referiremos con agradecimiento a la intensa dedicación con que ciertos hombres y mujeres estudiosos supieron valorar ya en el siglo XVI las culturas milenarias de otros continentes. Personas que se volcaron con esmero y atención científica a la descripción, recopilación y difusión de los conocimientos que iban adquiriendo sobre infinidad de plantas. En muchos casos aprendían sólo ‘de oído’, a través de los relatos que les transmitían los viajeros que iban y venían desde y a Sevilla, y en otros casos gracias al delicado trabajo de campo que pudieron llevar a cabo “in situ”.

Aprenderemos cómo el continente americano es rico en cactus, hongos y plantas psicoactivas, y cómo numerosas culturas precolombinas las empleaban con fines mágicos e interpretaban sus efectos de éxtasis y ‘ como un sentimiento de unión con las divinidades . Los chamanes consideraban que ese estado era imprescindible para adquirir conocimientos con los que diagnosticar y curar enfermedades, adivinar el futuro, asegurar buenas cosechas o la llegada de las lluvias y encontrar un sentido último a la vida.

Los europeos no supimos valorar o no quisimos entender que esa relación de los pueblos indígenas con la vegetosfera había creado excelentes jardines botánicos, técnicas agrícolas al mismo tiempo que cientos de tradiciones filosóficas y valiosos principios éticos para las relaciones sociales. Sin complejos ni culpas, pero por responsabilidad histórica, intentaremos disculparnos por no haber sabido valorar el diálogo que millones de personas mantenían con lo sagrado a través de sus “plantas espirituales”.

Nos referiremos a  cómo las actuales ciencias etnobiológicas y  etno-farmacológicas ponen en valor muchos de los conocimientos con los que  aquellos primitivos, de los que se dudaba tuviesen alma, se habían convertido   en mujeres y hombres sabios que veían en sus cultivos y cuidados agrícolas una forma de vivir en armonía con la naturaleza.

Nos gustaría trasladar a los asistentes a esta charla la necesidad  de aprender de aquellos pueblos y de quienes son ahora sus descendientes,  con humildad, la percepción valorativa, la sensibilidad y una regulación moral  eficaz para cuidar y conservar el ecosistema al que ellos gustan llamar “Madre Tierra”.

Antonio Matamala

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